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Análisis del programa de Magaly Medina

Publicado: 2005-08-27

“No hay peor pecado en la vida que ser aburrido.”

Paris Hilton

Su look es de personaje de historieta. Sus pantalones apretados, su blusa color plata y su cabellera lisa y pelirroja le dan un aura de irrealidad y caricatura. Es una apariencia fabricada, su humanidad es solo el soporte de un personaje que se pretende, sin embargo, “sincero”, “veraz”, pero, sobre todo, divertido. De otro lado, su gestualidad exaltada evoca a alguien que se está conteniendo de la urgencia de ir al baño, como si tuviera cosas muy importantes que decir y le faltara el tiempo para hacerlo. Finalmente, los altibajos de su voz y sus risitas desenfrenadas nos llaman a ser cómplices de una verdad “picante”, oculta, sabrosa.

No hay nada que hacer, Magaly Medina compone una figura de indudable carisma para quien está a la búsqueda de un festín u orgía de maledicencia y sarcasmo. Y el clima emocional de su programa captura el ánimo de sus televidentes. No en vano ha logrado un consistente rating de alrededor del 15% con una audiencia compuesta de públicos muy diversos en términos de edad, género y grupo social. Un público fiel que sabe muy bien lo que espera. Sus televidentes están tan predispuestos a la sonrisa que a Magaly no le cuesta esfuerzo hacer reír. Entonces cualquier humorada desencadena una carcajada. No hay duda, estamos bajo su hechizo, anhelantes de más. Definitivamente leales, cómplices, comprados.

Ciertamente no reivindica la seriedad. Su impostura es sarcástica e hiriente. Su propuesta es divulgar los “secretos inconfesables” de personajes conocidos, para hacer pasar a su público un “buen rato”. La fórmula se repite una y otra vez. No, las cosas no son como se presentan. Esas estrellas de la televisión y el deporte son muy distintas a como se pretenden. Tras una tenue fachada de honorabilidad se oculta lo transgresivo e inmoral. Es la vieja lógica del chisme, del relato que hace gozar desnudando la falsedad, mostrando los pies de barro de la gente famosa.

En uno de sus programas se dedicó a injuriar a Jeanet Barboza, animadora de televisión y de conciertos de música vernacular. La presentó como manipuladora, poco imaginativa y como una roba-maridos. Una persona que, a falta de capacidades, se desespera por llamar la atención y mantenerse vigente en la competitiva escena ”chollywoodense”. Magaly comentó las declaraciones de Barboza en las que ella misma insinuaba una relación afectiva con Federico Anchorena. Recordó que había hecho exactamente lo mismo hace unos años, cuando pretendió “colgarse” de Federico Salazar. Un hombre comprometido, igual que Anchorena. Barboza, nos dice Magaly, busca visibilidad mediática a través del sensacionalismo, insinuando relaciones galantes con hombres que no están disponibles, pero que habrían sido atraídos por sus encantos. Entonces lo que parecen confesiones espontáneas, son, en realidad, intentos de llamar la atención mediante el escándalo.

Jeanet Barboza sería pues una mujer sin talento que busca como fuere una presencia que no merece. Magaly se coloca entonces en el plano de una jueza que, ejerciendo una censura moral, corta las alas a esa supuesta mariposa del amor, que según ella sería más un gusano. La descalificación nos resulta graciosa en la medida en que somos cómplices, en tanto compartimos sus apreciaciones. El subtexto sería el siguiente: “Jeanet Barboza, ese ícono admirado, que para muchos representa el logro por el esfuerzo personal, no merece, en realidad, ninguna consideración, pues se trata de una mujer fácil, sin talento, y sus éxitos se los debe a ‘regalarse’ a quien tenga el poder de hacerla visible en la escena mediática”. Lo que resulta gracioso es el gesto de “desvestir” a la figura pública, de encontrar que no hay nada valioso, que todo es impostura.

No obstante, es claro que la presentación de Magaly invisibiliza las cualidades que han hecho de Jeanet Barboza una animadora de mucho éxito. Se trata de su naturalidad y calidez, de su identificación con el Perú provinciano. Estos rasgos catapultaron su programa La movida de los sábados a altos niveles de rating. En el trabajo de Rocío Trinidad sobre el efecto de la televisión en los niños del campo hay evidencia de que Jeanet Barboza es un ícono para ellos, pues la perciben como alguien semejante, como una figura con la cual se pueden identificar (Trinidad 2001). Su biografía oficial nos dice que ella viene del campo, del mundo de abajo, que ha usado llanques y no se avergüenza de su origen social. Jeanet Barboza encarna, pues, una figura de éxito social y de calidez para con el mundo provinciano y migrante. Es decir, la inmensa mayoría del país. Se trata de una combinación tan exitosa como difícil de lograr. Y más aún de mantener, en la medida en que en nuestro mundo social todo progreso suele conllevar la tentación de mímesis con los de arriba y desprecio hacia los de abajo. Como comentario al paso puede decirse que quizá la tragedia de Jeanet haya sido ceder a esta tentación. Así, en vez de perseverar en la proximidad al mundo popular, apostó a una sofisticación arribista y negadora. Entonces perdió la popularidad entre los de abajo sin lograr tampoco ser aceptada entre los de arriba.

Sea como fuere, es evidente que en los comentarios de Magaly hay una actitud racista. Jeanet Barboza sería la “huachafita” que sin mayores estudios trata de abrirse campo saltando de cama en cama. Magaly pretende devolverla a su lugar, destruir su imagen pública. Aquí la situación es paradójica, por cuanto Magaly necesita que Jeanet sea famosa para que destruir su imagen tenga interés, produzca rating. Es decir, requiere que su víctima tenga un éxito que ella no quiere ni pretende explicar, pero sí desea aniquilar. El desconocimiento de sus méritos y el goce en des-vestirla tiene, pues, un trasfondo conservador. No se valoran sus virtudes, solo se denuncia su falta de capacidad. Su aparente éxito dependería de la liberalidad con que distribuye sus favores sexuales. Ahora bien, Jeanet es, en realidad, un “modelo de identidad” que exalta un nosotros-los-provincianos-que-nos-sentimos-orgullosos. No obstante, debe reconocerse que parte de su éxito responde a la exhibición de sus atributos físicos, a figurarse como mujer despampanante que, aunque de origen popular, puede gustar por igual a todos.

¿Por qué puede ser gozosa la destrucción del carisma de un semejante? ¿Por qué tanta gente se ríe cuando una persona aparentemente importante es “reducida”? ¿No será la satisfacción de sentimientos de agresión y envidia? ¿No será la confirmación de un racismo que nos cerciora de que nuestra manera de ver las cosas es la adecuada? ¿Por qué la mezcla de desprecio y agresión resulta gratificante?

No es fácil responder estas preguntas. En todo caso, es necesario “problematizar” el éxito de Magaly, es decir, investigar lo que ha ocurrido en la sociedad peruana y en nuestras subjetividades para que la propuesta de su programa sea tan exitosa. En los años ochenta, Gisela Valcárcel -la “reina del mediodía”- con la consigna “todos somos lindos” lograba índices muy altos de rating, sobre todo entre las señoras amas de casa. Ahora Magaly, con la consigna “todos somos basura”, obtiene un éxito similar, especialmente entre los jóvenes.

El espectáculo que ella nos ofrece puede compararse con el circo romano. Es el goce en la destrucción de las honras que son denunciadas como imposturas, detrás de las que se esconde una realidad inmunda. El goce de hacer y consumir estas denuncias es sintomático de la época en que vivimos, marcada por el individualismo y la caída de todo lo elevado. La denuncia de las llamadas prostivedettes es al respecto emblemática. En una de las emisiones más recordadas de su programa, Magaly denunció a varias vedettes acusándolas de ejercer la prostitución. Para ello montó un operativo con cámaras secretas, disfrazando a sus periodistas como clientes dispuestos a pagar lo que fuera.

En el mundo donde reina Magaly el nuevo canon de interpretación de las acciones de la gente es la conveniencia personal. Es lo único que existe. Lo demás es mistificación bienpensante y absurda. Ingenuidad trasnochada o hasta hipocresía. Se trata, pues, de una visión ácida de la vida, en la cual queda excluido el amor. El discurso de Magaly es una reafirmación humorística, sarcástica, del credo de que en la vida todo el mundo atiende solo a su goce, por lo que nada bueno o generoso debería esperarse.

Podría afirmarse que se da una “magalyzación” de la sociedad peruana. En los programas políticos de los medios de comunicación se registra el mismo fenómeno. En casi todos ellos se goza con fruición de las denuncias a los personajes públicos. El público es fiel, pues está esperando justamente eso, la ración cotidiana de desencanto, la persuasión de que todo es una cochinada.

La “maldad” de Magaly se oculta como ironía o como “investigación seria”, como un reestablecer la verdad de las cosas. La propia Magaly se presenta a sí misma en clave humorística. Ante todo, pretende hacer reír. Eventualmente se justifica como una desmitificadora lúcida de inocencias supuestas. ¿En qué medida esta ironía viene a neutralizar el sentimiento de culpa que debe traer el gozar con el sufrimiento infligido?

Magaly se justifica pretendiendo hacer reír. Hacer daño sería solo un medio o instrumento, pues lo importante sería generar alegría. La risa tendría “daños colaterales” inevitables, pero justificados. En síntesis, lo importante es la risa fácil y el costo no interesa. ¿En qué medida es defendible esta posición? Si fuera cierta tendríamos que decir que su programa es, en el fondo, cómico. No obstante, en los programas realmente cómicos, la risa no destruye, no es amarga. Es benevolente, reconcilia con la vida, puesto que cualquiera puede ser como la persona que provoca risa. Esa debilidad humana está presente en todos. No es una risa moralista que distancia, juzga y se escandaliza; sino una que acerca y humaniza. Por tanto, no podría decirse que la crueldad sea accesoria en el programa de Magaly. Se trata de algo central, la suya es una propuesta de gozar con la denigración ajena.

Y es que lo peor que habría en el mundo es el aburrimiento y la tristeza. Magaly le garantiza a su público que ella alejará ambos fantasmas. Entonces podemos concluir que el entretenimiento sádico que ofrece Magaly es una forma de huir de las complejidades de la vida. Se traslada al otro los propios sufrimientos. Simone Weil decía que la paciencia es la virtud que nos impide convertir el sufrimiento en crimen. La propuesta de Magaly es justamente lo opuesto, pues se convierte al sufrimiento en ensañamiento con el otro.

Bibliografía

TRINIDAD, Rocío

2001 ¿Qué aprenden los niños del campo con la televisión? Lima: IEP.


Escrito por

Gonzalo Portocarrero

Profesor de la PUCP. Ha publicado recientemente el libro "Profetas del odio. Raíces culturales y líderes de Sendero Luminoso".


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