Las c iencias sociales según Pierre Bourdieu
Pierre Bourdieu. Ciencia de la ciencia y reflexividad. Ed. Ediciones Razones de Actuar. Paris, 2001
Cap. 3: ¿Por qué las ciencias sociales deben tomarse como objeto?
Para sacar a la luz lo oculto, verbalizar lo no dicho, aquello que escapa la mirada de la ciencia porque se oculta de la mirada misma del sabio, el inconsciente trascendental, hace falta historizar al sujeto de la historización, objetivar al sujeto de la objetivación, es decir, el trascendental histórico cuya objetivación es la condición de acceso de la ciencia a la conciencia de sí, o sea, al conocimiento de sus presupuestos históricos.
El grado de autonomía de una ciencia está ligado a la consecuencia de sus hallazgos sobre el sentido común y la política de la época respectiva. Si estas consecuencias son revolucionarias, la ciencia recibirá toda clase de presiones que recortarán su autonomía. Cuanto más autónoma es la ciencia, ella produce tanto más verdades pero que no tienen implicaciones políticas o religiosas (la astronomía y la física fueron revolucionarias en el siglo XVI y XVII y estuvieron sometidas a una intensa presión del poder político y religioso. No obstante, ahora gozan de una total autonomía).
En el caso de las ciencias sociales, que son más dependientes y están más relacionadas con el sentido común, las proposiciones inconsistentes o incompatibles con los hechos tienen más probabilidades de perpetuarse y prosperar que en los campos más autónomos.
Hace falta asociar una visión constructivista de la ciencia y una visión constructivista del objeto científico: los hechos sociales son socialmente construidos y todo agente social, como el sabio, construye, bien que mal, una perspectiva, y busca imponerla con una mayor o menor fuerza. Se trata de su visión singular de la realidad, de su punto de vista. Esto hace que la sociología, lo quiera o no, sea parte de las luchas que ella describe. El analista se parte del mundo que busca objetivar y la ciencia que él produce no es más que una de las fuerzas que se enfrentan en ese mundo. La verdad científica no se impone por ella misma, por la sola fuerza de la razón argumentativa. La sociología es socialmente débil, más aún cuando es más científica. Los agentes sociales que ocupan posiciones dominantes no son solamente ignorantes, sino que no quieren saber. La sociología no puede esperar el reconocimiento unánime que tienen las ciencias de la naturaleza y ella está destinada a ser controversial.
1) Objetivar el sujeto de la objetivación
Los sociólogos deben convertir la reflexividad en una disposición constitutiva de su hábitus científico, es decir, en una reflexividad refleja, capaz de actuar no sólo ex–post, sobre la obra terminada, sino también aprori, sobre el modus operandi.
Ellos deben ser capaces de escapar a la tentación de la reflexividad narcisística, no solamente porque ella se limita a un retorno complaciente del investigador sobre sus propias experiencias, sino porque ella es en sí misma su propio fin y no desemboca en ningún efecto práctico.
A esta reflexividad narcisística se le puede contraponer una reflexividad reformista. Una crítica reflexiva capaz de asegurar un grado superior de libertad respecto a las restricciones y a las necesidades sociales que gravitan sobre la actividad científica como sobre toda actividad humana.
Esta concepción reformista de la reflexividad puede estar en el inicio de una suerte de prudencia epistemológica que permite anticipar las opciones probables de error, las tendencias y las tentaciones inherentes a un sistema de disposiciones.
Se trata de un socioanálisis del espíritu científico que es un principio de libertad y de inteligencia. En realidad, una empresa de objetivación no está científicamente controlada más que en la medida en que se objetiva al sujeto de la objetivación. Dicho de otra manera, tengo más probabilidad de ser objetivo cuanto más objetivizo mi propia posición y los intereses ligados a esta posición.
Hacer de la objetivación del sujeto de objetivación la condición fundamental de la objetivación científica es, entonces, no sólo tratar de aplicar a la práctica científica los métodos científicos de objetivación, sino es también iluminar científicamente las condiciones sociales de posibilidad de la construcción, es decir, las condiciones sociales de la condición sociológica y del sujeto de esta construcción.
Para recapitular, lo que se trata de objetivar no es la experiencia vivida del sujeto cognoscente, sino las condiciones sociales de posibilidad, por tanto, los defectos y los límites de esta experiencia y del acto de objetivación. Lo que se trata de controlar es la relación subjetiva al objeto que cuando no es controlada es uno de los factores de error más potentes. Este trabajo de objetivación del sujeto de la objetivación debe ser llevado a cabo en tres niveles: 1) hace falta primero objetivar la posición en el espacio social global del sujeto de la objetivación, su posición de origen y su trayectoria, su pertenencia y sus adhesiones sociales y religiosas (éste es el factor de distorsión más visible, el más comúnmente percibido, pero el menos peligro), 2) hace falta objetivar, luego, la posición ocupada en el campo de los especialistas (y la posición de este campo, de esta disciplina, en el campo de las ciencias sociales), cada disciplina tiene sus tradiciones y sus particularismos nacionales, sus problemáticas obligadas, sus hábitos de pensamiento, sus creencias y experiencias compartidas, sus rituales y consagraciones, sus restricciones en materia de publicación de resultados, sus censuras específicas; todo ello sin hablar del conjunto de sus puestos inscritos en la historia colectiva de la especialidad (el inconsciente académico), 3) hace falta objetivar, en tercer lugar, todo lo que está ligado a la pertenencia, al universo escolástico, ejerciendo una atención particular a la ilusión de ausencia de ilusión, del punto de vista puro, absoluto, “desinteresado”. Las sociología de los intelectuales nos hace descubrir esta forma particular de interés que es el interés por la condición desinteresada.
2) Bosquejo de un autoanálisis
Es necesario que cada sociólogo, abandonando la complacencia narcisística, se aplique a sí mismo este programa, haciendo un autosocioanálisis, entendiendo que éste no es más que un punto de partida, que es la sociología del objeto que yo soy.
Un punto de vista es, en primer lugar, una visión tomada a partir de un punto particular, de una posición particular en el espacio social. Entonces, objetivar el sujeto de la objetivación, el punto de vista (objetivante) equivale a romper con la ilusión del punto de vista absoluto que resulta de que todo punto de vista se ignora como tal.
Pensar el punto de vista como tal es pensar diferencialmente, relacionalmente, en función de las posiciones alternativas posibles a las cuales este punto se opone bajo diferentes relaciones. Al mismo tiempo, pensar el punto de vista implica constituir el espacio de los puntos de vista, objetivar el espacio a partir de un punto de vista nuevo que sólo el trabajo científico permite emprender. Este punto de vista sobre todos los puntos de vista era, según Leidniz, el punto de vista de Dios, el único capaz de producir la geometría de todas las perspectivas, lugar geométrico de todos los puntos de vista, de todas las posiciones y de todas las tomas de posición. Lugar al que la ciencia no puede aproximarse, sino como disposición, pues en sí mismo constituye un lugar imaginario, un límite inaccesible.
El punto de vista que es el mío no lo puedo constituir como tal y conocerlo en su verdad objetiva más que construyendo y conociendo el campo al interior del cual él se define como ocupando una cierta posición, un cierto punto.
Construir el espacio de los posibles, que se presentan a mí en el momento de entrar en un campo, es reconstruir el espacio de posiciones constitutivas del campo, tales como ellas pueden ser aprehendidas a partir de un cierto punto de vista socialmente constituido, el mío, sobre ese campo.
El pasaje de la filosofía a la sociología se acompaña, tanto hoy día como en los tiempos de Durkheim, de un sentimiento de “degradación”, en tanto que existe la convicción de que sea cual fuera el problema, hace falta ir más allá de la sociología. No obstante, es visible una deriva de los filósofos sobre temas sociales. En esta deriva, sin embargo, se privilegia lo conceptual en desmedro de lo empírico. Pero el mayor prestigio de la filosofía determina que sus portavoces más calificados gocen de una incuestionable credibilidad. “Yo no puedo sino sentir una cierta irritación delante de lo que me parece un doble juego de esos filósofos que trabajan con temas sociales al mismo tiempo que socavan los fundamentos de una aproximación científica a su estudio. Esto me ha llevado a ensayar una sociología de la filosofía que sea capaz de depurar la filosofía de las restricciones y rutinas de la institución filosófica. Si la filosofía ocupa un lugar privilegiado es porque ella se enseña en la escuela secundaria. En la filosofía de los años ’70 se atestigua una reacción conservadora contra la amenaza de la ascensión de las ciencias sociales”.
“Habiendo abandonado la filosofía por la sociología, yo no podía, en tanto que aspiraba a la ciencia, más que quedar enraizado en la visión racionalista. Entonces, en lugar de utilizar como Foucault o Derrida, las ciencias sociales para reducirlas o excluirlas, practicándolas sin decirlo y sin pagar el precio de una verdadera conversión a los hábitos de investigación empírica. Fuertemente enraizado en una tradición filosófica, yo metódicamente me ingeniaba para dejar notas o indicios de lo que se podría llamar reflexiones filosóficas. Reivindicando altamente el título de sociólogo, yo excluía concientemente (al precio de una pérdida de capital simbólico completamente asumida) las estrategias muy expandidas de doble juego y doble ganancia (sociólogo y filósofo, filósofo e historiador) que yo debía rechazar pues me resultaban profundamente antipáticas, entre otras razones, porque me parecía que anunciaban una falta de rigor ético y científico”.
“El conformismo oportunista me es particularmente antipático cuando toma la forma de un fariseísmo de defensa de las buenas causas”.
Bourdieu efectúa un “socioanálisis” de su trayectoria intelectual, desde un apego inicial irreverente a la filosofía a una reivindicación del trabajo empírico que pasa por hacer una sociología de los intelectuales y la filosofía en la que la pretensión de ser el sujeto de enunciación de la verdad queda relativizada al ser contrastada con otras pretensiones similares, y, además, al ser puesta en relación con los lugares sociales de enunciación desde que se efectúan las tomas de posición filosóficas.
La sociología de la sociología debe acompañar, sin cesar, la práctica de la sociología. Pero la vigilancia sociología no basta. La reflexividad es eficaz sólo cuando se encarna en colectivos que la han incorporado, al punto de practicarla como un reflejo o disposición fundamental. La censura colectiva es potente y liberadora, hace soñar en un campo idealmente constituido que libera a cada uno de sus participantes de los sesgos ligados a sus posiciones y disposiciones. Los puntos de vista antagónicos se confrontan según procedimientos reglados y se integran progresivamente por virtud de la confrontación nacional. Se trata de construir el punto de vista sin punto de vista que es el punto de vista de la ciencia. La particularidad de las ciencias sociales les imponen trabajar para construir una verdad científicamente capaz de integrar a la visión del observador y la verdad de la visión práctica de la gente como punto de vista que se ignora como tal y que se instala en la ilusión de lo absoluto.
Comentarios:
La posición de Bourdieu reproduce en el campo de la sociología las ideas de Bajtin sobre la novela. En efecto, Bajtin distingue entre la novela monológica y la polifónica. En la primera hay un punto de vista o perspectiva que no es conciente de su particularidad y que se pretende como enunciador de la “verdadera” realidad, como una suerte de “ojo de Dios” que es capaz de sintetizar todas las perspectivas presentes en el relato. Para Bajtin fue Dostoievski quien dio inicio a la novela “polifónica” basada en el “dialogismo”. El narrador no se identifica con ninguno de los personajes, de manera que cada uno de ellos es una voz autónoma, irreductible a las demás. Cada personaje representa una forma de sentir y pensar la vida. Puede despertarnos simpatía o antipatía, pero su posición no es arbitraria, pues está enraizada en una experiencia. Para Bajtin, la polifonía no es sintetizable a la manera de un coro armónico. En este sentido, Bajtin es muy crítico de Hegel, ya que para él lo primario es la diferencia, la tensión, el conflicto. Bajtin se acerca a Weber con la idea del politeísmo de los valores. En Dostoievski no hay desenlaces finales, la trama, como la vida, queda abierta.
La idea de un campo definido por una diversidad de tomas de posición se acerca a la concepción polifónica de Bajtin. No obstante, permanece en Bourdieu la ilusión de que mediante el debate argumentativo fuera posible una convergencia, un punto de vista que englobara todos los puntos de vista y que sería, desde luego, el punto de vista científico. Ello no parece realista, pues la vida social está anclada en creencias y valores irreductibles entre sí.
No obstante, el comentario anterior no tiene por qué desmerecer el sustantivo aporte que realiza Bourdieu a las ciencias sociales: la propuesta de relativizar la propia perspectiva asumiéndola como una perspectiva posible, social y disciplinariamente anclada, que tiene que entrar en diálogo con otras perspectivas en un espíritu de convergencia y aproximación hasta donde fuere posible. Contra el solipsismo del investigador que se asume como enunciador de la verdad, Bourdieu contrapone la “reflexividad reformista”; esto es, la reflexividad como un reflejo o disposición básica que nos lleva siempre a verbalizar lo no dicho de nuestra posición, a cuestionar los supuestos de nuestra enunciación.