La satanización de la feminidad no subyugada: Pancha la chancha
En este ensayo reproduzco y analizo un relato perteneciente a la tradición oral del valle de Mala, situado en la costa centro del Perú. La narración pertenece al señor Teobaldo Yaya Cuya, de 89 años, y la transcripción a Melany Enciso Ávila, de 13 años.
"En realidad, lo acontecido le sucedió a mi bisabuelo, un hombre de campo, chacarero, de carácter muy fuerte y muy decidido en sus actos, quien por costumbre se levantaba muy temprano, generalmente de madrugada, y cuando le tocaba la mita, o sea, regar sus chacras, se levantaba antes de las dos de la mañana para aprovechar el agua y poder regar todos los sembríos. Él, para dirigirse a sus chacras, montaba su caballo al cual lo llamaba Azabache, por el color del animal. Y se presume que como en todo lugar existe gente mala y envidiosa, a pesar de que era muy querido por la mayoría del lugar, un día en que retornaba a su casa, ya que vivía en el pueblo muy cerca de la antigua Panamericana Sur, y al pasar por la iglesia del pueblo en horas de la noche, de repente apareció un bulto muy grande que hizo que el caballo se espantara y se negara a continuar, lo cual le hizo sentir un poco de temor.
Pero como él era hombre de decisiones, trató de no darle importancia y desviándose un poco, continuó su camino. Pero al día siguiente y a la misma hora en que acostumbraba retornar a su domicilio, se le volvió a presentar la misma situación, lo cual le llamó la atención y trató de salir de la duda, logrando notar entre la oscuridad que el bulto era una chancha, la cual al parecer trataba de impedirle que continúe su camino; pero él, como no se dejaba vencer, logró eludir al animal y continuó por su ruta. Pero esto no dejó de preocuparlo, por lo que al tercer día se llevó consigo un lazo y un fuete con punta de acero. Ya preparado, al volver por el mismo lugar, nuevamente le salió al paso la chancha de los días anteriores. Él, muy hábil, se apeó de su caballo y lazó a la chancha. Amarrándola a un árbol, la agarró a fuetazos haciéndola gritar y pedir perdón, para que luego se convirtiera en una mujer, la misma que era una vecina del lugar, conocida como doña Pancha, la cual era una mujer soltera y que tenía pacto con el diablo. Pero ante la actitud del abuelo se rindió y le pidió disculpas diciéndole que nunca más se metería con él ni con su familia, llegando a cumplir su promesa, ya que nunca más hasta la fecha se volvió a escuchar este tipo de acontecimientos."
El relato se narra como si fuera una historia real acontecida hace tiempo. La trama gira en torno a dos personajes. De un lado, tenemos al bisabuelo que es un caballero y que tiene todos los atributos de un hombre modelo. Es fuerte, decidido, trabajador y corajudo. De otro lado, tenemos a doña Pancha, que representa también a una mujer modelo, pero de lo negativo y execrable, pues es mayor, soltera, sin hijos, envidiosa y, finalmente, ha hecho un pacto con el diablo.
En el relato, doña Pancha, bajo la forma de animal, sale al encuentro del bisabuelo. Como sus motivos no son comunicados al oyente o lector, él tiene que inferirlos. En todo cado, dados los antecedentes y las circunstancias del encuentro, solo podemos imaginar que doña Pancha pretende hacer alguna maldad, infligir un daño. No obstante, el bisabuelo no se intimida y enfrenta con valor el peligro. Enlaza a la misteriosa chancha y la castiga. Entonces el animal recupera su forma humana; resultando que es doña Pancha, la cual ahora, impotente y dominada, pide disculpas, prometiendo no interferir más en la vida del bisabuelo y de sus familiares.
No sabemos los designios que tenía doña Pancha para cruzarse en el camino del viejo caballero. No obstante, son claras sus malas intenciones. Podemos imaginar dos posibilidades. Puede que doña Pancha quiera asustar al caballero, hacerle perder el dominio de sí, lanzarlo a una vergonzosa fuga. Así quedaría en evidencia su falta de valor frente al poder terrorífico de lo siniestro y misterioso. La segunda posibilidad implicaría algún tipo de seducción sexual que llevara a que el caballero se rebajara hacia un salvajismo, a una actuación incontrolable de lascivia. Sea como fuere, el abuelo se resiste y se impone sobre el terror o seducción que despliega el maléfico animal. No pierde su ánimo ni su entereza. Primero lo controla y luego, con ayuda de la violencia, lo reduce a sus verdaderas proporciones.
El personaje de doña Pancha se inscribe en el arquetipo de la bruja. En efecto, doña Pancha representa la subversión del orden patriarcal. En vez de pertenecer a un hombre ha entrado en alianza con el diablo. Es envidiosa y se complace en hacer el mal. El mismo rechazo que produce su figura apunta a un modelo deseable de mujer: el de la mujer casada, con hijos, obediente a su marido y en comunión con Dios. De la misma manera, en su propia deseabilidad y prestigio, la figura del bisabuelo nos señala, por contraste, lo que sería una masculinidad impropia, rechazable. Es decir, un hombre ocioso, cobarde, sin autocontrol, carente de estimación social.
El núcleo dramático del relato es el triunfo de la buena masculinidad sobre la mala feminidad. Se trata de la ratificación del patriarcado que es asociado a lo ético, a lo que debe ser. Es un orden amenazado desde lo femenino no subyugado, asociado a lo nocturno y demoníaco. En realidad, el cuento atenta contra una construcción de la feminidad basada en la autonomía y la libertad. Estas cualidades son satanizadas, pues llevan supuestamente a un caos social que es, sin embargo, evitado por la prevalencia de la masculinidad patriarcal. Frente a una feminidad libre, que es demonizada, lo que cabe es una violencia que permite poner las cosas nuevamente en su lugar.
En las sociedades tradicionales los cuentos son los equivalentes funcionales a la televisión en las sociedades modernas. Entretienen, pero al mismo tiempo educan, puesto que siembran valores y forman actitudes. Los cuentos son narrados por los mayores, una y otra vez, para especial deleite de los niños que los escuchan fascinados, con una mezcla de susto y alivio. No es difícil imaginar el miedo que pueden tener las niñas a la Pancha que está dentro de ellas, a su deseo de poder e independencia. Las niñas tendrían que abjurar de esas pretensiones pues las pondrían en riesgo de convertirse en brujas odiosas que ni siquiera triunfan sino que son ejemplarmente castigadas. Por su parte, los niños admirarán la compostura del bisabuelo. Entonces el desafío de sus vidas será adquirir esas cualidades que les permitan encarnar la codiciada figura del amo. Tendrán que ser trabajadores, fuertes y dominantes.
El cuento puede ser pensado como una operación hegemónica que supone el ejercicio de la violencia simbólica contra la feminidad. En efecto, lo femenino autónomo es reprimido como lo abyecto y lo asqueroso, aquello que debemos rechazar sin contemplaciones para ser gente digna, decente, estimable. No obstante, aunque negado, el poder femenino existe. Las mujeres tienen el control de sus niños, de sus hogares y también, hasta cierto punto al menos, de su sexualidad. Pero el cuento nos sugiere que ese control no debería convertirse en poder, en agencia autónoma, pues ya estaríamos en el campo de lo demoníaco. Por tanto la mujer no debería pretender convertir el control en poder. Eso sería usurpar el campo de lo masculino.
A partir de la matriz de fuerzas que se plantea en el relato, se podría imaginar otro tipo de desenlace. Por ejemplo, el bisabuelo es un borracho ocioso que regresa a su casa después de una juerga. Al encontrarse con el animal, huye despavorido y doña Pancha queda como reina de la noche. Entonces, los hombres temen salir tarde y se disminuyen frente a los peligros. Ya no reaccionan con decisión y violencia. Los trabajos dejan de ser hechos y la tierra no es fertilizada. Adviene el hambre y el caos. Mientras tanto, las mujeres ya no tienen miedo de sus deseos de poder y pueden convertir su control en capacidad de decisión. El reino de las mujeres es una pesadilla infernal.