Apuntes para comprender la mirada pornográfica
La mirada está siempre mediada por un discurso. Un discurso es un vínculo donde se define tanto al observador como a lo observado. Entonces un análisis de la mirada pornográfica tiene que empezar por la deconstrucción del discurso que la sustenta.
Tomemos como referencia la revista Playboy con sus imágenes de jóvenes mujeres posando desnudas. Esas jóvenes, que son postuladas como bellas, acogen la mirada de la cámara y del público desde la pretensión de ser “sexys”, de arrebatar al ojo masculino. A veces estas jóvenes pueden adoptar semblantes seductores, como si desde su espontánea naturalidad estuvieran esperando ese “ardor masculino” que las haría felices. Otras veces simplemente se dejan ver. En ambos casos suele ser patente la seguridad de ser objetos de deseo. En todo caso hay de por medio un vínculo o contrato. El voyeur está autorizado a ver las imágenes pero las jóvenes reciben un ingreso económico. En realidad las sesiones fotográficas son un trabajo que supone una remuneración. Aunque pueda haber exhibicionismo, en el sentido de que las jóvenes deseen ser objeto de deseo, lo más probable es que el ingreso económico sea la motivación fundamental para vencer el pudor, y exhibir la desnudez. De otro lado, el adoptar los gestos y las posiciones requeridas por la industria exige un “trabajo de cara”, un identificarse con una máscara, es decir, una labor que tiene que ser penosa pues la modelo sabe que para el espectador ella es sobre todo una cosa u objeto. Y no una persona. De otro lado, el desnudarse para ser fotografiada para el gran público es una ocupación que no tiene prestigio, que puede ser motivo de estigma o denigración. De otro lado la moral también condena como vergonzoso el observar con deleite imágenes de desnudez. Pero el observador es anónimo.
La mirada pornográfica es la base de una industria millonaria que supone, como se dijo, un contrato entre la modelo y el voyeur en una relación mediada por las empresas especializadas. Cada un@ tiene su parte. La modelo vende su imagen y recibe su dinero, el voyeur goza a cambio de un pago y la empresa también gana. Ahora bien ¿cuál es la naturaleza del goce del voyeur? Podemos partir de la distinción convencional entre erotismo y pornografía. El erotismo es parte de la vida y una película puede presentar escenas fuertemente eróticas en la medida en que se insertan en una narrativa que las requiere. En las películas pornográficas el argumento es mínimo de manera que el despliegue de la sexualidad se convierte en un fin en sí mismo. De manera similar en la imagen erótica la desnudez no es un semblante construido para inducir el goce del voyeur, sino es una presencia plena, independiente del observador. Desde luego que la diferencia es relativa pues lo erótico puede ser visto como pornográfico. Es el caso del espectador que sólo tiene atención para “eso”. Además, aunque lo erótico pueda “envolver” lo sexual, subordinándolo a una necesidad narrativa, en cualquier forma, aún en ese contexto, lo sexual no deja de inducir el goce del ojo.
En el campo de la pornografía las imágenes alimentan el goce del voyeur. Pero es posible ir un paso más allá si pensamos que esas imágenes son como un insumo, una suerte de pantalla sobre las que el voyeur escenifica sus fantasías. Es decir, son el soporte para la construcción de narrativas que le aportan algún tipo de satisfacción. En el caso de la imagen resulta que el voyeur quiere ver lo que no está allí aunque pueda estar claramente insinuado. Digamos que ve la imagen como momento de una película. En la “adoración” del voyeur por la imagen hay una dimensión fetichista pues la imagen alude a toda una realidad que la trasciende pero a la que ella alude. Es decir, la imagen de la hermosa joven adquiere el status de un fetiche cuando esa imagen evoca en la mente del voyeur una expectativa de exaltación y goce. La imagen es el soporte de de una satisfacción alucinada pero finalmente ausente. Ahora bien, las narrativas en que se inserta la imagen pornográfica son muy poco personales, son estereotipos sociales. La producción social del deseo masculino es una industria lucrativa pero donde no hay mucha imaginación o arte. Quizá la narrativa más típica es la posesión ardorosa de la mujer inocente. Recién en el despliegue de la violencia masculina, esa mujer descubre la intensa realidad de su deseo. Finalmente cae rendida ante la contundencia del placer que la deja exhausta pero aún ávida de más. La metáfora matriz de la sexualidad masculina es el “devorar”. Entonces la mujer es el “lomo” que se “come”. Se desgarra, se muerde, se ingiere. Pero ahora las cosas parecen estar cambiando. La palabra “lomo” para referirse a una mujer “provocativa” a ser “devorada” parece estar dejando lugar a la palabra “cuero” que designa a una mujer “bella” a la que se “(ad)mira” con cierta exaltación. Como sugiere Rodrigo Chocano a un “cuero” se lo contempla con proximidad y ternura Estaríamos transitando entonces de una masculinidad sádica y posesiva a otra más empática y menos cosificadora.