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El cínico y el fanático

Publicado: 2010-05-11

Del cínico se dice que no cree en la idea de sinceridad. Es decir, el cínico sería alguien que reconociendo lo complejo y voluble de la interioridad humana ha desechado por completo la búsqueda de integridad. Dado este descreimiento, el cínico se siente autorizado a seguir la pista de sus deseos, sin que le importe demasiado las consecuencias de sus actos, lo que ocurre con los otros. El cínico no se siente obligado a honrar su palabra, ni, tampoco, se siente comprometido con la ley. Como carece de un horizonte de ilusiones que lo proyecte hacia el futuro, resbala fácilmente en la búsqueda del goce inmediato, elemental. Tiende entonces a instrumentalizar a los otros de manera que sus vínculos son frágiles. Fácilmente cae en la manipulación y el sadismo. En el fondo se sabe solo. No obstante, el cínico se piensa como una persona lúcida que, al desechar los tontos consuelos que el mundo ofrece, pretende agotar las posibilidades de la vida.

Por su lado el fanático es alguien totalmente convencido de ser portador de la verdad. Hay una realidad objetiva a la que debemos someternos y solo encontraremos la paz en la entrega incondicional a la “causa”. Quedarán atrás, entonces, las complicaciones personales, la ansiedad y el aburrimiento. Habremos cambiado una libertad que no lleva a ningún sitio por la seguridad en una creencia que estructura una cotidianeidad sin grietas, donde no caben la duda y el desaliento. La “causa” lo justifica todo. Es lo absoluto que reclama su perentoria realización. En el límite el fanático deviene una suerte de robot. No piensa, solo obedece. Y el jefe de los fanáticos rinde cuentas a una figura de lo absoluto: Dios, la Nación, la Revolución. Aquellos que viven en un naufragio existencial, que no pueden controlar sus vidas, son los candidatos ideales para la interpelación fanática.

¿Tienen algo en común el cínico y el fanático? ¿No será que son los dos rostros que puede tomar el miedo a la libertad? ¿Acaso estas dos figuras no coexisten en la misma persona, siendo una como el inconsciente de la otra, su verdad reprimida? Digamos que el cínico tiene que luchar contra su fanático y viceversa. Pero vayamos por partes.

II

Si hay persona que, en el Perú de nuestros días, se acerca al modelo del fanático puro ese es Abimael Guzmán. Como sumo pontífice de la “verdad” del marxismo, Guzmán predicaba que 15,000 millones de años de evolución de la materia tenían una dirección que no era otra que la revolución y el socialismo. Por lo vasto y esclarecido de su saber se sentía llamado a ser la “cuarta espada”; el nuevo mesías. Y su discurso fue escuchado sobre todo por los jóvenes ansiosos de una autoridad que introdujera un sentido heroico en sus vidas, que los sacara del marasmo de la indefinición vital. Jóvenes con una gran predisposición a creer, prestos a renunciar a su capacidad de pensar por cuenta propia. Una educación incipiente, una falta de horizontes, un malestar que se reprime con la entrega a la causa.

Pero, muy poco tiempo después de capturado Guzmán comienza a pensar que eso de las leyes objetivas es relativo si no hay de por medio la dirección de quien realmente sabe, de un jefe, que es la verdadera garantía del triunfo de la causa. Entonces capitula. Y ¿por qué lo hace? ¿Por un convencimiento conceptual? O ¿Por los beneficios carcelarios que le prodiga Vladimiro Montesinos? En realidad, Guzmán abjura de su convicción más profunda y muestra una entraña cínica, insospechable en alguien que siempre exigía más sacrificios a sus militantes. Al traicionar a su movimiento se pone en evidencia que muchas de sus construcciones delirantes son, en realidad, racionalizaciones para justificar su goce obsceno. El sentirse como un Dios, aclamado y obedecido, dueño de la verdad. El trasfondo cínico de Guzmán, la inesperada falta de integridad en alguien que se supone el creyente por antonomasia, es un hecho que da que pensar.

De otro lado, en el polo opuesto, si hay alguien que puede representar el cinismo extremo en nuestro país, ese es, sin duda, Vladimiro Montesinos. El cómplice de Fujimori, el tenebroso jefe actuante del todopoderoso Servicio de Inteligencia Nacional. Sus crímenes van desde la coima en la compra de armamentos hasta la corrupción sistemática de los medios de comunicación y la clase política, y llegan hasta el fomento del grupo Colina para asesinatos selectivos. Para no hablar del narcotráfico y el contrabando de armas. Es cierto que Montesinos aportó una cierta gobernabilidad al país pero ello fue al enorme costo de una corrupción sin antecedentes de la moral pública. Viendo los vladivideos pareciera que corromper, seducir la voluntad del otro, hacer complicidades, fuera su manera de gozar. Hasta intentó traicionar, mediante un golpe de estado, a su cómplice y mentor, Fujimori. Montesinos representa la exacerbación de la criolla figura del pendejo. El que sale con la suya porque la sabe hacer.

No obstante, la avidez con que acumula poder y dinero es un rasgo que se escapa de la lógica del cínico, generalmente más acotada al disfrute de lo inmediato. Esta avidez deja ver un ansia de absoluto que resulta más característica del fanático. ¿Cómo explicar que Montesinos se involucrara en todos los negociados que estaban a su alcance? ¿Para qué acumular esa inmensa fortuna que difícilmente podría disfrutar? ¿Cómo entender que pudiera trabajar hasta 15 horas al día? ¿No habrá en Montesinos un trasfondo fanático? ¿Pero cuál era su causa, su dios? ¿Acaso no sería su propio engrandecimiento personal? Quizá el mandato de su padre, de compensar con su éxito, su propio fracaso vital. ¿El éxito personal puede ser objeto de un culto fanático? ¿Y no es que ese fanatismo lleva a un comportamiento cínico?

III

Pareciera que en el Perú el cinismo derrotó al fanatismo. Montesinos le dobló la mano a Guzmán. La “pendejada” se impuso sobre la pulsión totalitaria de Guzmán y sus seguidores. Pero esa lectura tiene sus límites. La victoria nunca es total. Toda generalización del cinismo termina engendrando una reacción fanática, de la misma manera que en el caos se generan las fuerzas que dan luz a la dictadura. Y, desde luego, el ciclo continúa pues el fanatismo pronto se descubre como un semblante que no resiste la erosión cínica. No, el fanático no puede permanecer en su cielo de héroe predestinado. La vida cotidiana lo desgasta. De allí su tendencia a la inmolación o al deslizamiento en el cinismo.

En realidad, cinismo y fanatismo son como dos talantes frente a los ideales culturales. El cínico los rechaza como injustificables recortes de su goce, y, por su parte, el fanático se convierte en su instrumento. Pero se trata en ambos casos de formas de des-humanización.

IV

Peter Sloterdijk piensa, con mucha razón, que la postura que domina nuestra contemporaneidad es una suerte de cinismo atenuado, difuso, patente en el humor y la ironía. Vivimos de los restos de las creencias que alguna vez tuvimos. Esos restos alimentan una “falsa conciencia ilustrada” insuficiente para sostener un entusiasmo en la vida. En cualquier forma esa zona gris entre la creencia y el nilihismo es un espacio mucho más habitable que los extremos del cinismo y el fanatismo. En todo caso para Sloterdijk no hay otra salida que no sea el compromiso individual. Sostenerse en un sueño, en un proyecto, en una palabra que uno empeña consigo mismo.

Estas ideas se parecen a las tesis de la modernización reflexiva sostenidas por Giddens y Beck. La tradición pierde validez y el individuo se forzado a escoger, a ser libre, para lo cual tiene que pensar mucho. Tanto Stoterdik como Giddens , Beck, y hasta Vattimo, son portadores de un optimismo moderado. Un cierto desencanto que no clama por el profeta sino por la acción inteligente.

V

En nuestro país la producción de individuos, de seres humanos obligados ellos mismos a construir su vida, es un proceso desigual y complejo. Fue una posibilidad que el gamonalismo negaba. Y la oligarquía puso al mundo subalterno es una aula escolar donde tenían que adquirir disciplina y desinfectarse de sus arcaísmos, de su irracionalidad supersticiosa, de su otredad andina.

El cinismo y el fanatismo deben entenderse como reacciones a la pérdida de fuerza de la tradición. Modos de individuación donde se pierden las seguridades pero aún no se ganan las posibilidades. Se trata de individuaciones precarias. Sujetos que han dejado atrás la tradición pero no han llegado a la reflexividad. Temerosos de su libertad, tan fácilmente seducidos por la fuerza como dados a la trasgresión sistemática.

VI

¿La opción sería entre el autocontrol racional, y mortificante, de las clases medias ilustradas del norte o el vitalismo sin ley de los pueblos del sur?

VII

¿Y qué decir de esos individuos que no se sabe si son cínicos o fanáticos? Esos que dicen servir una causa pero que no tribulan en entregarse al goce obsceno. Quizá ellos son los más radicalmente cínicos pues logran construir un semblante que les da la respetabilidad necesaria como para continuar con sus maldades sin ser realmente notados. Son los lobos disfrazados de corderos. ¿Cómo imaginarlos? Quizá ellos están internamente divididos de manera que oscilan entre los dos polos. Entonces se flagelan, se limpian, son santos pero luego caen y gozan sin restricciones hasta que se sienten mal y entonces el círculo vicioso continua con un nuevo flagelo. O quizá de su fanatismo derivan el sentimiento de tener siempre la razón. Son los escogidos de Dios. Entonces, tan delicada posición bien merece sus compensaciones que, bien vistas las cosas, serán de provecho de todos, dado que ellos, los escogidos, son los benefactores del mundo, los salvadores de esos pobre ignorantes que somos el resto. Por tanto los deslices que periódicamente se permiten estarían más que justificados a título de una bagatela que se toma a cambio del inmenso provecho que se entrega al mundo.

Estos cinicos-fanáticos, o para abreviar "cináticos", son, probablemente, el peor engendro de la humanidad.


Escrito por

Gonzalo Portocarrero

Profesor de la PUCP. Ha publicado recientemente el libro "Profetas del odio. Raíces culturales y líderes de Sendero Luminoso".


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