Visto y oído en Argentina
A continuación transcribo los apuntes que tomé en el Primer Congreso Extraordinario de Ciencia Política, celebrado en San Juan, Argentina, entre el 23 y el 27 de agosto del presente año.
Ernesto Laclau. La política populista
Las categorías de hegemonía y populismo tienen una mala prensa. El pensamiento conservador las ha hecho equivalentes a lo demagógico. Pero, en realidad, toda política contrahegemónica, que pretenda hacer una diferencia respecto al neoliberalismo, supone la creación discursiva del pueblo, entendido como una colectividad que reclama la profundización de la democracia, en contra de aqeullos que quieren restringirla. En efecto, la política populista supone la creación de un sujeto colectivo. Y todo sujeto lo es en relación a un deseo insatisfecho. Sin deseo, no hay sujeto. Entonces la materia prima para la construcción del pueblo son las demandas sociales insatisfechas. Ahora bien, se trata de crear entre estas demandas un aire de familia, una "cadena de equivalencias", lograr que todas estas demandas sean parte de un gran movimiento. Se trata de expresar la totalidad de los pedidos, unificarlos en una estrategia que lleve al surgimiento del pueblo.
Ahora bien, hay muchas demandas pero en algún momento alguna pasa a representar la totalidad de ellas. Es decir, lo singular pasa a expresar lo universal. Así nace el populismo. Cuando una particularidad asume la representación de la universalidad. Un ejemplo es el movimiento de solidaridad en la Polonia de los años 80. La lucha contra el régimen nació en los astilleros, los sindicatos adopataron la palabra solidaridad como consigna de sus reivindicaciones. Pero muy pronto esta palabra se convirtió en expresión de muchas reivindicaciones populares. Dejó de referirse al movimiento de los sindicatos de los astilleros para nombrar a un vasto movimiento. Tenemos entonces que ciertos significantes son vaciados de su significado original, por lo que son capaces de expresar la generalidad. Tras la palabra solidaridad se hace visible un asomo de hegemonía, una propuesta de reordenación de los vínculos y prácticas sociales, la búsqueda de una democratización efectiva. La vaguedad de los “significantes vacíos” es expresión de su eficiencia política. Las consignas y símbolos tienen que ser lo suficientemente amplios como para que la gente se reconozca en ellos. Esta es la “lógica equivalencial”. La lógica que hace posible construir al pueblo como sujeto colectivo que se opone a los de “arriba”, a los detentores de privilegios que están en contra de la profundización de la democracia.
El institucionalismo es la política opuesta al populismo. La idea es que las demandas no se agreguen, que cada movimiento sea considerado como algo individual y diferente que puede ser atendido por el Estado de una manera separada. Se trata de impedir la agregación de demandas, de romper con la idea de las dos colectividades opuestas. Es decir, diluir los lazos equivalenciales. A un problema específico una salida específica. El viejo "divide e impera". El institucionalismo puro es el discurso de la tecnocracia. Si tiene éxito las fronteras políticas que separan los campos sociales se disuelvan y, entonces, la política es reemplazada por la técnica.
Hay que tener en cuenta que toda organización política tiene que combinar institucionalismo con populismo. Las dos lógicas tienen que articularse en proporciones distintas. La ruptura populista es la promesa de creación de un nuevo orden con el pueblo como protagonista. Los símbolos anti sistema se esparcen cada vez más. Pero la lógica equivalencial no puede avanzar demasiado sobre el momento institucional. Si avanza demasiado lo que se tiene es un movimiento internamente contradictorio, que articula posiciones disímiles. Esto sudeció con el Peronismo de los años 60 y 70. La confrontaciones entre sectores del peronismo no demoraron en aparecer y se hicieron cada vez más inmanejables.
No había institucionalidad que pudiera contener los conflictos.
Evo Morales ha tratado de crear cadenas equivalenciales amplias. Los significantes vacíos pueden ser compartidos por amplias mayorías. El caso de Felipe Quispe es muy distinto pues los significantes de su discurso no son vacíos sino que están saturados por lo particular de la cuestión indígena. Entonces en ese discurso no hay potencialidad hegemónica. Solo un grupo se puede identificar con él. Por ello Quispe se quedó aislado.
El populismo es pues una estructuración política en torno a la producción de significantes vacíos. Se rompe con la lógica diferencial del clientelismo. Por ejempo, antes de Perón cualquier demanda se negociaba con los caciques políticos. Las demandas eran individualizadas pero el sistema funcionaba por la riqueza enorme del país. Pero este sistema se quiebra con la década del 30. Se genera una situación pre populista. Surge un sistema de representación paralelo que cuestiona al clientelismo tradicional.
El líder tiene un papel fundamental en la construcción del pueblo como sujeto social. Y, desde luego, el líder funciona en tanto es capaz de hacer que las demandas sean equivalentes, que se puedas agregar en un proyecto coherente. Entonces, como consecuencia, las demandas pierden autonomía pues ahora se articulan como parte de una propuesta de cambio que va más allá de cada colectividad particular. Así se constituye el pueblo, se establece una nueva hegemonía. Todas las demandas se estructuran sobre la base de un discurso que las engloba como parte de lo mismo. Se genera entonces un movimiento nacional popular.
El futuro de la izquierda según Chantal Mouffe
En su panorama de la política europea Chantal Mouffe identifica tres proyectos de izquierda.
El primero es el “neoleninismo” cuyos portavoces más articulados, o representativos, serían Slavoj Zizek y Alan Badiou. El deseo de estos autores sería destruir el orden existente para implantar una sociedad comunista. Rechazan simultáneamente la democracia parlamentaria y el capitalismo. Serían la cara y el sello de lo mismo. En realidad su proyecto no es democrático pues no reconoce la legitimidad de la diferencia. La alteridad es una equivocación. Pero la crítica a esta posición se funda en que se trata de un radicalismo retórico que no representa una alternativa real. Una suerte “radical chic”. Según Ernesto Laclau, la política de Zizek equivale “esperar a los marcianos”. No habría nada en su obra que impulse y fundamente una participación política en el mundo real. Estaríamos, entonces, ante un abstencionismo que abdica de cualquier responsabilidad pero que pretende presentarse como lúcido y creativo.
El segundo proyecto está representado por los trabajos de Hardt y Negri, y también por los de Virilio. Para estos autores estamos viviendo una época nueva del capitalismo que requiere que la izquierda adopte una estrategia también nueva. Vivimos en un capitalismo post-fordista donde lo fundamental es el plano cognitivo. En la producción de plusvalía predomina el trabajo inmaterial que supone la comunicación y la reproducción de los afectos. Entonces, en vez de proletariado lo que tenemos ahora es una “multitud”. Una multitud que enfrenta al “imperio”, que es el capitalismo globalizado y desterritorializado de nuestra contemporaneidad. Pero sucede que los capitalistas no son ahora relevantes, son parásitos. La multitud es la fuerza creativa y esa multitud se hará dueña de la situación. Se trata de una visión optimista. No es necesario trasformar las instituciones existentes. Lo que corresponde es fomentar el éxodo; es decir, abandonar los núcleos tradicionales del poder. Y establecer, en cambio, lugares donde la multitud pueda disfrutar lo común. La autonomía de la multitud apunta al restablecimiento de lo común. La multitud es una multiplicidad de singulares.
Lo que tenemos en la actualidad, afirma este diagnóstico, es un conjunto de minorías activas que no se quieren transformar en mayoría, pues no tratan de hacerse Estado. La multitud debe actuar en concertación para desmantelar el poder, pero negándose a devenir un nuevo poder.
Pero, ¿son la deserción y el éxodo, políticas efectivas? En realidad, dice Mouffe, desde estas caracterizaciones y consignas no hay perspectivas concretas para una acción política. Hardt alcanza a decir "follow you desire" mientras que Negri recomienda, "wait and be patient".
El tercer proyecto corresponde a la estrategia hegemónica basada en la guerra de posición. Se trata de cambiar las instituciones a partir de la constatación de que lo social se construye discursivamente. Lo que aparece como “natural” son prácticas hegemónicas. Hoy en día, estas prácticas hegemónicas están articuladas por el neoliberalismo. Pero pueden dejar de estarlo, y para ello se debe intervenir activamente en la situación.
Se trata, como señala Laclau, de establecer alianzas (“cadenas equivalenciales”) entre las luchas populares, articular los movimientos sociales en frentes amplios, y vincularlos con los partidos políticos.
La estrategia hegemónica se puede entender como una lucha democrática, pero agonista. Es decir, no es una lucha confrontacional y antagónica, que busca destruir al otro. Pero tampoco se trata de una competencia entre intereses como ocurre en el liberalismo. El orden social no es neutro. La perspectiva agonista implica reconocer la legitimidad del oponente pero sin reducir la política a la administración de lo existente. Se trataría, más bien, de ampliar el dominio de lo político. No limitarse a actuar en el campo trazado por el neoliberalismo.
La decadencia de la izquierda, obedece a que se ha pasado de un jacobinismo autoritario a una aceptación del modelo liberal donde lo que tenemos es una lucha de competidores en un terreno neutro, dado de antemano. La izquierda real debe buscar transformar las relaciones de poder. Eso significa, otra vez, pensar la lucha de manera agonista. Una lucha entre adversarios, pero en donde se mantiene el pluralismo. Los adversarios saben que no hay solución racional a su conflicto. Por tanto no se trata de lograr un consenso pero sí de mantener las instituciones democráticas.
La lucha por la hegemonía tiene que realizarse a través de una forma de política distinta al modelo neoliberal. Se trata de establecer un “bloque histórico”. Crear adhesión a un proyecto distinto de sociedad que se concretiza en nuevas prácticas hegemónicas que suponen transformar las identidades mediante lo que Gramsci llamaba una “reforma intelectual y moral”. La única manera de lograr una alternativa real al neoliberalismo es mediante la lucha agonista. De otra manera, estamos presos de una situación post-política, donde la izquierda ha aceptado la hegemonía neoliberal, donde no hay proyectos alternativos.
La crisis financiera del 2008, debería haber llevado a un avance de la izquierda, si ésta contara con una alternativa distinta. En realidad, sin embargo, la derecha se ha reforzado puesto que se ha hecho evidente que la izquierda no tiene alternativas. No obstante la crisis ha erosionado el prestigio del neoliberalismo. No es todo poderoso, como se pretende. Se ha abierto pues una brecha, y a la izquierda le toca ampliarla haciendo visible un nuevo tipo de sociedad.
Discurso, narrativa, política por Paula Viglieti
Como es bien sabido, en los últimos años se ha desarrollado un “giro discursivo” en las ciencias sociales. Este giro implica, sobre todo, el cuestionar la idea de fundamento. A partir de Derrida todo pasa a ser discurso. Es decir, pierde vigencia la idea de una suerte de realidad trascendental que estuviera más allá del lenguaje entendido como el sistema de diferencias que permite producir la significación.
En el intento de repensar el sujeto de la política, Laclau representa el encuentro entre el psicoanálisis y la reflexión sobre lo social. Para este autor, el concepto de pueblo, aún cuando la realidad que nombre sea precaria, móvil y dependa siempre de un afuera, resulta ser un principio indeclinable. No se trata, entonces, de que el pueblo sea una esencia o sujeto constituyente, es una realidad construida por las prácticas discursivas. Y, precisamente porque no hay garantías es que hay que hacerse responsable. Frente a la concepción de Laclau, se alzan las ideas de Zizek con su apelación al economicismo y, también, las de Emilio de Ipola con su llamado al parlamentarismo.
Zizek objeta a Laclau la idea de que el pueblo pueda ser un sujeto colectivo y con una vocación emancipatoria. Zizek piensa que el pueblo supone al populismo y a la post-política. Además, considera que el pueblo se construye en oposición a un afuera, a un enemigo, lo que significa una situación proto fascista, en la que alguien tiene que ser excluido pues representa el enemigo de (casi) todos. Lo que Zizek propone es volver a la determinación en última instancia. Entender, entonces, a la economía como el trabajo del inconsciente, o la causa ausente, o el objeto-causa del deseo. Finalmente, como lo real; es decir como lo que no se cesa de no escribirse.
A Ipola ya no le interesa la emancipación. Ha dejado de ser un horizonte de futuro. Entonces, lo que vale es el juego parlamentario, dentro de un sistema juzgado como inmodificable o insuperable. Laclau, en cambio, piensa que el populismo es capaz de alterar, mediante la conformación de coaliciones sociales, cada vez más amplias, la naturaleza del proceso político. De otro lado, Ipola reprocha a la Laclau el papel central que éste da al líder o caudillo. Ipola dice preferir Totem y tabú a Psicología de las masas y análisis del yo. Es decir prefiere la narrativa freudiana de la muerte del padre primordial y del establecimiento de la fraternidad, a ese otro texto donde Freud explica la fuerza del liderazgo, la dinámica libidinal que lleva a convertir a un individuo en la encarnación de una colectividad. El populismo desemboca en la tiranía unipersonal según Ipola.
Para Ranciere la denuncia del populismo sella la alianza entre el liberalismo y el marxismo haciendo imposible cualquier alternativa. La única manera de salir del neoliberalismo sería el populismo.
Narración y discurso: las políticas del lenguaje por Gisella Catanzaro
La propuesta de Catanzaro se funda en el rescate de un texto de Walter Benjamin sobre el narrador. (ver http://mimosa.pntic.mec.es/~sferna18/benjamin/benjamin_el_narrador.pdf ) En este sugerente escrito, Benjamin diferencia la narración del discurso.
La narración tiene una relación directa con la experiencia. Lo narrado no se inventa sino que transmite, comunica, lo vivido. Pero la modernidad tiende a destruir la experiencia pues imposibilita, o dificulta, su puesta en común. Este hecho le resultó evidente a Benjamin cuando constató que los soldados que regresaban del frente, de combatir en la primera guerra mundial, no tenían nada que decir. Y no podían comunicar sus vivencias porque, precisamente, se había perdido la práctica de narrar. Es decir, la narración se había convertido en inactual. En reemplazo de la narración habían surgido géneros comunicativos con una relación mucho menos inmediata con lo vivido, como es el caso típico de la novela. Pero no solo de ella.
La enunciación del novelista revela la profunda perplejidad del viviente una vez que se consolida el desplazamiento de su experiencia a lo privado. Entonces la vida se hace más frágil y precaria.
El narrador tiene un consejo que dar a su oyente. La narración es, en realidad, interminable, como la vida misma de las colectividades. La historia siempre continua.
En cambio, la novela intenta responder a la pregunta sobre el sentido de la vida. Esta pregunta es el centro de la novela. Dicho en otras palabras, el reconocimiento retrospectivo de lo que puedo haber sido el sentido de la vida es el fin de la novela. La novela termina, tiene un desenlace, es una obra acabada.
La narración es inacabada, interminable. El narrador está a la escucha con el oído abierto. Y se encuentra a sí mismo en la narración. La narración tiene un carácter justiciero. Hace justicia a la criatura. No la juzga, la comprende. En la narración el lenguaje queda asociado a la política a través de la justicia. La narración tiende a ser colectiva, anónima e inconclusa. Es una actividad paciente. Benjamin considera que el lugar más lúcido de donde puede narrarse la experiencia es el que corresponde al moribundo, a la persona que ya no está totalmente en la vida, que habla, por decirlo con palabras de Clarice Lispector, desde su tumba.
No hay discurso sin una pregunta, todo discurso implica una toma de posición. Se trata de compenetrar el lenguaje con la política. La pretensión del discurso es que lo lingüístico es parte del entramado de lo político. El discurso busca la transparencia, acepta la narración en la medida en que está totalmente interpretada, capturada por una perspectiva que le resta ambigüedad.
Finalmente, discurso y narración son dos políticas del lenguaje. El discurso es pastoral, es elaborado por un individuo con la pretensión de desentrañar la lógica de la existencia. La narración, en cambio, es una enunciación anónima y abierta que no moraliza ni sentencia; pero que pretende hacer justicia a la singularidad del viviente.