#ElPerúQueQueremos

¿Otro arreglo de cuentas?

Publicado: 2010-10-27

Yo no sabía que me lo iban a ofrecer pero cuando me lo dieron tampoco lo rechacé. Y mientras lo iba apurando maldecía mi debilidad. No, no debería hacerlo, me increpaba, pero continuaba sin parar. Y una vez que acabé, sentí que yo mismo me daba asco. Una voz interior repetía la viejísima canción: otra vez has caído. Y es que eres tan inútil, tan poca cosa. Nada vales, eres solo un pedazo de basura. Vives cayendo. Pero tienes solución. Siéntete mal. Lo que has hecho no tiene perdón. Eso es evidente. Pero si te llegas a sentir mal, pero muy mal, después –quizá, ojalá- te podrás sentir un poco mejor. Hasta que caigas, otra vez. Esa es tu vida. La tentación, la caída, el reproche. Pero, yo sé, y esto lo digo yo mismo, sin necesidad de escucharlo, que las cosas son aún peores pues eso de la culpa y el castigo, ocurre cuando tengo suerte. A veces solo escucho reproches. Y no sé cuál ha sido mi caída, y tampoco es que haya sido tentado. Pero esa voz me dice que igual eso no me excusa, de todas maneras tengo que pagar, aunque no haya caído. No te hagas el tonto, me agrede. ¿O tú crees que puedes escapar impunemente? Te repito, me susurra al oído, si tú aceptas sentirte mal, algo estarás ganando; quizá te puedas sentir mejor, más rápido.

Escuchaba esa voz mientras caminaba, triste y afligido. Y yo contestaba, sí, en verdad si quiero que la vida pase, rápido, de una vez. Soy una vergüenza, una criatura débil y lamentable. Si, respondía la voz; has entendido perfectamente. Además te diré que esa ilusión tuya de tener talento es una tontería. Nadie sabe qué cosa es eso de tener talento. Y, en todo caso, tú no lo tienes. Es un sueño vano; eres solo un mediocre. ¿Qué esperas para morirte?

Alto, alto, me dije. ¿Quién me habla así? ¿Por qué tan poca piedad? Veamos las cosas despacio. Si, lo admito. Fallo con frecuencia. No hago lo que debo hacer y la tristeza se me pega. Pero, tampoco, es que tú me ayudes. Siempre exiges más y te cebas de mi tristeza. Eres excesiva. No eres justa. Eres cruel. Y una vez que has empezado no quieres parar. Conforme me hundes, te sientes más fuerte y triunfante, como si fueras la encarnación del deber y el bien. Pero, no eres así. A veces me diera la impresión de que no hago lo que debo solo para complacerte. Entonces tú,, la pura purísima, que pretende sancionar mis faltas eres, al menos algunas veces, la causa de mis faltas. Y yo –tontamente- te complazco. ¿Pero por qué tendría que servirte? ¿Para ser una mejor persona? ¿Para ser más querido por los demás? ¿Para qué digan que ese hombre triste y solitario no es un mal individuo?

No pues. No me robes mi vida. No quiero despertarme, aburrido, con el deber de vivir aún otro día más. Pero tú no puedes desaparecer. No está en mis manos el decidirlo. Y, hasta quien sabe, votaría porque te quedes. Pero tengo que conversar contigo. Mi voz solo puede crecer si tú bajas el volumen de la tuya. Conversemos, pues, sin miedo.


Escrito por

Gonzalo Portocarrero

Profesor de la PUCP. Ha publicado recientemente el libro "Profetas del odio. Raíces culturales y líderes de Sendero Luminoso".


Publicado en