#ElPerúQueQueremos

El cisne negro: la obsesión como cárcel

Publicado: 2011-02-11

El film el Cisne Negro se presenta como un “Thriller psicológico”; es decir una narrativa donde el suspenso tiene que ver, sobre todo, con el mundo interno de los personajes más que con una intriga exterior. De hecho, el film captura a su espectador, no le da descanso. Es notable su efectividad. Y aquello que nos mantiene en vilo es saber si la protagonista será o no capaz de tener éxito en la tarea que recibe. La tarea es bailar de dos formas distintas. La que corresponde al cisne blanco le es muy afín; aquí no está el problema. El virtuosismo y la precisión, alcanzados a costa de una entrega total, garantizan que la protagonista se desempeñe “perfectamente” en ese papel. Pero el baile del cisne negro requiere de otras habilidades. En vez de un rígido esquematismo se requiere de soltura y abandono. El cisne negro es seductor, sus movimientos tienen que movilizar el erotismo de su pareja.

¿Podrá la protagonista hacer el papel de cisne negro? Hija de una bailarina frustrada, carente de padre, sometida a una disciplina que ha asumido como el fundamento de su ser, ella rechaza el abandono y la espontaneidad. Su vida está encaminada a lograr la perfección en la manera en que se mueve su cuerpo.

No obstante, ella es escogida por el director para representar la reina cisne; es decir, para hacer los dos tipos de baile. Entonces la demanda del director es que se “libere”; que deje traslucir más su erotismo, que tome contacto con esa capacidad de seducción que duerme dentro de ella, que se permita ser más libre e improvisada. Es decir, menos perfecta y predecible pero más llena de gracia.

Entonces el director la presiona para que conozca su cuerpo, para que no tema a su sexualidad. Tendrá que inflamarse de deseo; solo así será capaz de acercarse a la “perfecta espontaneidad” que su papel demanda. Otra bailarina es la “sombra” de la protagonista. Su ballet no es tan virtuoso pero tiene más desenvoltura. Entre ella y la protagonista se desarrolla una relación ambigua donde no se sabe dónde termina la competencia y donde empieza la simpatía. Sea como fuere, ambos, el director y la colega, insisten en que ella tiene que abandonarse, debe explorar sus sentimientos en vez de encasillarse en el semblante de niña dulce, autosuficiente y perfecta, que su madre ha creado para ella.

Pero las cosas ocurren de manera distinta. Sucede que ella desea el papel protagónico. Entonces está dispuesta a dejarse ser, a explorar su espontaneidad. Pero no está realmente preparada para lanzarse al mundo.

Entonces la solución es la psicosis. La quiebra de su principio de realidad y la proliferación de alucinaciones. Lo que no puede experimentar en el mundo exterior, ella lo vive en su mundo interno, como fantasías exacerbadas que ella asume como episodios reales. A través de estas experiencias cargadas de angustia e incertidumbre, va descubriendo el descontrol y el amor físico. Es decir, los “insumos” que necesita para interpretar al “cisne negro”. Pero visitar ese mundo sin reglas significa romper con los mandatos que la detienen como la dulce niña de mamá. Y esos mandatos están allí no solo por la insistencia de la madre sino porque están llamados a ahogar una sensualidad que podría desquiciarla de la regularidad que la contiene.

A través de estas terroríficas alucinaciones llega a una suerte de solución de compromiso. Comienza a bailar con la incertidumbre y gracia que se le pide, pero sin abandonar su obsesión por la búsqueda de lo perfecto. En este momento el brote psicótico es ya incontenible. Las alucinaciones la capturan con más frecuencia y ella deja de ser capaz de diferenciar la realidad de sus fantasías. Pero pese al terror que la posee, ella es capaz de sobreponerse de modo que nadie sabe cuán precaria es su situación.

Llega, finalmente, el día del estreno del Lago de los cisnes. En medio de su profundo desconcierto ella sabe que su deseo es bailar perfectamente ambos roles. Entonces, este deseo la estabiliza, al menos, provisionalmente. Desde luego que su baile deslumbra al público. Parece haber logrado lo imposible la “perfecta espontaneidad”. Pero el fin de su baile es también el término de su vida pues resulta que en uno de esos episodios alucinados se ha herido de muerte. Su agonía es feliz pues su sueño devino en realidad. Ya nada le importa.

Notable la actuación de Natalie Portman. En su bello rostro logra articular los gestos que nos hablan del autocontrol agónico de su personaje, de esa mezcla sutil entre la angustia que la devora y la seriedad, y ausencia de emociones, que quiere proyectar.

La protagonista se sale pues con la suya. No experimenta la realidad de la vida, a la que tanto teme, pero es capaz de expresarla gracias a ese trabajo sobre sí, logrado, por medio de la psicosis y al costo de un sacrificio radical.

Su obsesión por el ballet se presenta como una defensa contra el caos de lo incierto. Ella ha reducido su experiencia y sus relaciones personales a un mínimo. Solo existe el baile y su único vínculo es su madre. Este carácter es quizá sostenible. El problema es que ella quiere ser también el cisne negro. Entonces, todo se desestabiliza cuando es elegida para bailar a los dos cisnes. ¿Será posible que represente las emociones que no se ha atrevido a explorar en su vida real? Esta es la interrogante que mantiene al público en suspenso. Y la solución trágica a la que llega la protagonista nos sorprende y maravilla.

La obsesión es una dramática restricción de la experiencia. Algunos podrían decir que la obsesión es una defensa contra el sinsentido y la depresión. Entonces fuera de la rutina solo hay angustia y aburrimiento pues el deseo está muerto de manera que nada tiene sentido. Pero la narrativa del film sugiere una respuesta distinta. La experiencia se anula en la repetición no porque no haya un deseo que guíe la exploración del mundo, sino porque tenemos miedo de una intensidad que nos anticipamos como incapaces de soportar. No queremos ser libres porque tenemos mucho miedo y nos hemos acostumbrado a nuestra pequeña cárcel de hábitos y manías. Pero en esa cárcel hay una ventana por la que vemos un mundo más amplio, que añoramos y tememos. La protagonista logró salir por un instante para encontrar una muerte que vale la pena. Un gigantesco éxtasis. Un escape.


Escrito por

Gonzalo Portocarrero

Profesor de la PUCP. Ha publicado recientemente el libro "Profetas del odio. Raíces culturales y líderes de Sendero Luminoso".


Publicado en