El enigma Kuczynski
¿Egolatra desenfrenado o caballero de la ley y el progreso? Quizá la respuesta no sea tan simple y haya algo de verdad en cada una de estas presunciones.
¿Por qué un hombre mayor, de 74 años, con amplia y reconocida trayectoria, y con vastos recursos económicos, quisiera lanzarse a la aventura de conquistar la presidencia de la república? ¿Por qué ignora la inmensidad de las brechas sociales, y la acendrada conflictividad de la sociedad peruana, con la que él, además, sintoniza solo superficialmente? ¿Por qué desconoce sus límites y trata de forzar una aspiración imposible?
¿Y por qué los sectores altos y, muchos de los medios, lo secundan con tanto entusiasmo? ¿ Y por qué logra –especialmente- el apoyo fervoroso de los jóvenes de esos sectores?
¿Y a qué sentimientos y expectativas apela? ¿ Y por qué el rechazo de las mayorías? ¿Por qué se asustan de su candidatura, de la posibilidad de que llegue a ser presidente del Perú?
Es conocido que el padre de Kuczinski fue un médico idealista que entendió su destino como ayuda a los prójimos desvalidos. Se interna en la selva, dirige un leprosorio. Y escribe un libro importante donde postula que el indigenismo idealizante de los mistis, y clases medias, es una reacción a la culpabilidad que este mismo sector siente por la implacable dominación que ejerce sobre el indio. El padre de Kuczinski es el equivalente laico de un misionero. Un científico de buena voluntad que quiere salvar a los pobres. Y el mismo camino es elegido por su madre, que fue profesora de arte.
En todo caso recibe una educación muy esmerada. Estudió música, filosofía y economía. Pudo ser un artista o seguir una carrera académica. Pero, finalmente, los negocios y la política le resultaron más interesantes. Lo demás se convirtió en afición. Después de ejercer como ministro en el primer gobierno de Belaúnde; perseguido, se exilia e instala en Estados Unidos. Gracias a su habilidad logra hacerse de una posición en el mundo financiero norteamericano y, de seguro, acumula una fortuna considerable. No obstante, está dispuesto a regresar al Perú. Y lo hace en el segundo gobierno de Belaúnde y, más protagónicamente en el gobierno de Alejandro Toledo, cuando es Primer Ministro. Su programa es claro: hay que atraer la inversión extranjera, sobre todo para la explotación de los recursos naturales. Desde siempre su figura es controvertida. Con razón o sin ella es criticado como “lobista” como interesado facilitador de grandes empresas extranjeras. No obstante, su nombre también se asocia a la efectividad del crecimiento y a la disciplina fiscal. A la condición de un excelente técnico.
Terminado su premierato, y en contra de la expectativa de muchos, permanece en el Perú, colocando las bases de una figuración pública que lo pueda catapultar hacia la presidencia. Su consigna es “agua para todos”. Ese es el camino que escoge para “posicionarse” en el mundo popular.
Y a los 74 años acomete la aventura de ser candidato a la presidencia. En un inicio, nadie da medio por él. Pero a base de constancia, inteligencia y buen tino logra convertirse en una figura plausible. El entusiasmo empieza en las clases altas. Y su candidatura levanta vuelo. No obstante, sus fervorosos partidarios no se dan cuenta de las resistencias que tiene que enfrentar. Es demasiado extraño en un país mestizo, lleno de desconfianza, donde los fantasmas coloniales están siempre latentes, listos para resurgir, y ser usados en el campo de la opinión pública. Kuczinski evoca la figura amenazadora del pistaco, de esa criatura endemoniada que se aprovecha de la gente para sacarle su grasa, o sus ojos, o lo que fuera. Pero ni él ni sus seguidores se dan cuenta de ese “detalle”. Tampoco ayudan sus declaraciones racistas y lo extraño de su apariencia y gestualidad.
En cualquier forma, su pretensión polariza la opinión pública. Conforme crece el apoyo de los sectores más acomodados, el centro político pierde fuerza y la opción radical de Humala gana respaldo. Los seguidores de Humala mucho le tendrán que agradecer a Kuczinski si su candidato llega a ser presidente. La opción más nacional, la de Toledo, que tiene fuerza en todos los sectores sociales y regiones, se va, entonces, desdibujando.
Flaco favor le ha hecho pues Kuczinski al Perú. Al país que ha pretendido servir desde la posición de “genio” facilitador de la globalización y la modernidad.
Lo que cuesta trabajo creer es que Kuczinski y su gente pudieran pensar que tenían una posibilidad efectiva de triunfo. Esta expectativa estaba demasiado nutrido por la arrogancia.
Inteligencia le sobra; lo que le falta, quizá, es modestia. Aliado con Toledo hubiera prestado un gran servicio al país.
Consecuencia de su acción es habernos puesto en el disparadero de tener que escoger entre Humala y Fujimori. Entre lo malo y lo peor.
No era necesario que Kuczinski presentara su candidatura. En todo caso le solucionó el problema a la derecha, más huérfana que nunca después de las sucesivas debacles de Lourdes Flores. Pero ha terminado perjudicando al país.
Y ahora parece no darse cuenta que ha perdido y pretende que los ganadores pasen por el aro de su programa de seis puntos, el que garntizaría la continuidad de la democracia en nuestro sufrido país.