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Pensar sin miedo

Publicado: 2011-09-01

A lo que nos inquieta sin razón podemos llamar pensamiento. En la vida cotidiana, en el cernido de la experiencia del día, queda algo que nos preocupa. Es un algo que se resiste al olvido pero también a la comprensión. Algo que no cesa de cesa de afectarnos. Es un dolor que nos invita a pensar, a desarrollar ese monólogo interior que es la base del aprendizaje. Todos tenemos pensamientos, ocurrencias inesperadas, que nos demandan pensar.

Pero, claro, pensar da miedo. En sus confesiones, -Yo, Comandante de Aushwitz- Rudolf Hoss cuenta como sus pensamientos lo atormentaban. Eso de asesinar en masa a los comunistas no le resultaba problemático. Eran enemigos declarados de Alemania. Pero enviar a la cámara de gas a las familias judías, ancianos, mujeres, niños; eso si le resultaba difícil. Los rostros y los gritos de sus víctimas se le quedaban en la memoria. La angustia lo asaltaba. Pero su consuelo era que eso no podía ser malo pues había sido dispuesto por Hitler, quien sabe más. Es decir, tenía que haber una razón valedera que justificara esos crímenes, aunque él no la conociera. Ampararse en la autoridad del Fuhrer lo sosegaba. Entonces no pensaba, su confianza en Hitler, funcionaba como un “antivirus” que impedía que sus pensamientos lo perturbaran.

La autoridad que prohíbe pensar pretende que sus seguidores sean fieles instrumentos de sus órdenes. Sobre el pensar se cierne entonces un tabú. Un llamado a inhibirse de seguir preguntando pues esos cuestionamientos son perversos y demoniacos y nos llevarán a la perdición. Por tanto, nada debe llamarnos la atención.

Esa autoridad que impide pensar es la que aferra al poder. Y su poder se basa en la glorificación de la obediencia y la satanización de la razón. Y la obediencia es gloriosa porque es lo que corresponde a los deseos de Dios que solo la autoridad conoce con precisión. O sea que esta autoridad se instituye a sí misma como “infalible”, “incuestionable”, en la medida en que reclama una relación privilegiada con Dios. Es su representante e instrumento, tiene la tarea de guiar a las criaturas humanas a su salvación. Y sabe cómo hacerlo. Para ello ha sido designada por una autoridad mayor, el supremo pontífice, que es infalible y en cuya elección Dios ha estado presente inspirando a los príncipes de la Iglesia.

Desde el punto de vista de enseñanza de Jesús no habría porque temer a la razón. Al contrario, si la gente pensara sus inquietudes sería, más humana, definitivamente mejor. Una inteligencia libre, dice el notable teólogo Hans Küng, llega a la convicción de que la vida, para que valga la pena, requiere de una ética que la encause y le dé sentido. Y la enseñanza de Jesús brinda a los que hemos nacido en ella una poderosa orientación. Es una fe razonable y abierta al diálogo. A ella le es extraña la creencia en una autoridad investida por Dios.

II

Pese a Jesús, sin embargo, el cristianismo ha limpiado la conciencia de los detentores de privilegios y ha apaciguado la rebeldía de los padecen sed de justicia. Pero este rol está en absoluto declive. Es más la secularización de las ideas cristianas sobre la igualdad y el amor han llevado a la crítica del despotismo y la afirmación de la democracia y los derechos humanos. No hay un futuro amplio para los falsificadores del cristianismo. Y es gracias a ello que la enseñanza de Jesús puede llegar a todos.

III

Este es el contexto donde se libra la batalla por la Pontificia Universidad Católica del Perú. El cardenal Cipriani quiere hacer valer la autoridad que le ha concedido el pontífice para encausar la institución al servicio de su propio primado. Un proyecto absurdo y anti-histórico. Sustituir a la razón por el miedo, a la libertad por la sumisión. Una universidad comandada por el Opus Dei y el cardenal Cipriani sería un foco de mediocridad y servilismo. Aunque me cuesta trabajo imaginar que el cardenal pueda apropiarse de la universidad, tampoco es que sea imposible. Todos los que quieren poder para satisfacerse a sí mismos serán sus aliados. Y también habrá los que ganados por el miedo hagan las concesiones y reverencias; irán al exilio interior. Y, por último estarán los indiferentes, los que prefieren no pensar, los que tienen vocación de súbditos. Es decir, los que optan por la seguridad de las anteojeras en vez de hacer en sí mismos honor a las posibilidades de la creación.

Habiendo ingresado a la PUCP en 1966, y enseñando en ella desde 1975, sería para mí una tragedia que la iglesia pre conciliar, que Cipriani representa, con su boato y su altanería, con su culto a la superstición y la idolatría, se haga cargo de nuestra universidad. Pero, en el peor de los casos sería una victoria pírrica. La fantasía de restaurar una autoridad absoluta termina en la pesadilla del abuso sistemático de poder. En la corrupción que asecha a todas estas instituciones que quieren esclavizar a la razón humana.

Pero, claro, la pregunta de fondo es porque la Iglesia Católica ha retrocedido respecto a los descubrimientos logrados en el Concilio Vaticano II. En vez de intelectualizar la fe se ha preferido valerse de los ídolos. Y en lugar de convocar a los laicos se ha optado por cerrarse en sí misma. Lo más fácil pero menos conducente. En la Iglesia hay grandes reservas de buena fe. Y las enseñanzas de Jesús son más vigentes que nunca. Algo bueno surgirá de esta combinación. Mucho ayudaría un papa sin miedo, fervoroso, como Juan XXIII.


Escrito por

Gonzalo Portocarrero

Profesor de la PUCP. Ha publicado recientemente el libro "Profetas del odio. Raíces culturales y líderes de Sendero Luminoso".


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