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Hijito lindo: tráeme la luna

Publicado: 2011-09-24

En torno al film Limitless

En una perspectiva que rescate la tradición de los estudios culturales habría que resaltar los efectos de poder producidos por el film. Esta focalización no tiene porque excluir sino que tiene que integrarse, en la medida de lo posible, con el análisis de la forma. Pero la inquietud que nos guía es desentrañar el impacto del film sobre el universo de los valores; es decir, sobre la producción del deseo y la subjetividad. Finalmente se trata de ganar conciencia sobre las maneras en que el arte pretende orientar la vida. Se trata entonces de una lectura política.

El film Limitless (Neil Burger 2010) no se restringe a reciclar estereotipos mediante narrativas que dicen lo mismo de siempre. Pese a ser un producto de la industria cultural, va más allá del sentido común, representa una intervención en el nivel mítico instituyente de nuestra sociedad global. Y la idea nueva que introduce es que lo ilícito de los medios no es un obstáculo para valorar positivamente los resultados que con esos medios puedan conseguirse. Es decir, al crimen no tiene porque seguirle una sanción. Entonces, el protagonista se sale con la suya pese a las numerosas transgresiones en las que ha incurrido. La novedad es legitimar la inmoderación, presentarla como un modelo atractivo pues lleva a la felicidad del individuo, sin que realmente importen sus consecuencias sociales.

El film nos dice que la culpa no es necesaria. Es solo un condicionamiento cultural del que podemos desembarazarnos. El fervor de la ambición dis-culpa. Esta eliminación de la culpa significa anular la ley. Es decir el desalojo de la advertencia que nos dice que allí donde hay transgresión, habrá también culpa y castigo. Entonces, en el film el protagonista no se siente constreñido por la ley como el principio que enmarca las posibilidades que ofrece la vida. Más fuerza tiene el imperativo de lograr lo soñado.

Ahora bien, en la realidad, esta prescindencia de la ley solo puede ser actuada por grupos minoritarios. El mundo sería un caos si la mayoría no acatara la ley. La moral del “todo vale” tiene pues un trasfondo cínico y elitista. Su imperio no puede ser general.

En el film, las fantasías acariciadas son bastante convencionales: la gloria literaria, la riqueza, el poder. Pero aquello que define al protagonista es que siempre quiere más. Así, apenas obtenidos, los triunfos son devaluados. Entonces a lo que se apunta es al “éxito” entendido como un éxtasis continuo, un flujo de intensos deseos que se ven seguidos de satisfacciones igualmente contundentes. Es la plenitud lo que está en la mira. La narrativa del film postula una promesa que seculariza la expectativa religiosa de una redención ultramundana. El éxito que consigue el protagonista en el film Limitless no es otra cosa que el logro del cielo en la tierra.

Pero entre redención y éxito hay una diferencia muy importante. Tal como es modelada por la narrativa de la redención, la criatura humana tiene que asumirse –humildemente- como alguien que espera una plenitud que, en la otra vida, lo compense de todos sus sufrimientos, y que, en esta vida, proporcione a esos sufrimientos un sentido heroico. Entonces el deseo de redención conlleva un acatamiento de la ley, un reconocimiento y aceptación de los límites, en el consuelo que este acatamiento, reflexivo y sincero, nos llevará a la dicha eterna.

En cambio, al protagonista de la narrativa del éxito no le está permitida esta aceptación dolida de sus límites. La idea es más bien que no tiene límites. O que debe ignorarlos. Entonces, decir yo quiero equivale a decir yo puedo. Por tanto, resulta del mal agüero confesar el sufrimiento y la debilidad. El protagonista de este drama debe sostener el semblante de que todo está bien, y que estará aún mejor, pues ese es su único camino. No puede dejarse minar por el desánimo, solo puede ser optimista.

Siguiendo a Max Weber podríamos ubicar a la narrativa calvinista de la predestinación en el medio entre la redención y el éxito. En efecto, para Calvino solo podemos cerciorarnos de nuestra salvación si somos capaces de sostener una buena conciencia. Si se instala la duda estamos perdidos. El rechazo categórico de la duda exige una conciencia alarmada, vigilante, que garantice la integridad en el actuar. La salvación requiere de una convicción absoluta en la propia virtud. El resultado de la narrativa calvinista es un sujeto aterrado y compulsivo tal como ocurre con el protagonista del relato del éxito. No obstante, la diferencia es también saltante pues lo que uno espera en el otro mundo el otro lo quiere aquí mismo.

Es irónico pero el sujeto modelado por la narrativa del éxito termina en la lógica sacrificial del esfuerzo máximo en función de llegar a una meta que se desvanece a medida que se aproxima. Para reaparecer luego pero mucho más lejos. El mito exige un esfuerzo constante, agónico, prometiendo un imposible éxtasis continuo. Y no puede ser de otra manera ya que el éxtasis es una intensidad momentánea, un goce fugaz donde naufraga el tiempo. La irrupción del infinito en lo intramundano.

En todo caso el sacrificio tiene varias recompensas reales. Una de ellas es el goce de sentirse “grande”, un triunfador que se siente cada vez más cerca de la anhelada omnipotencia. Otra recompensa es el reconocimiento social que recibe la persona que acumula méritos. Ser admirado, convertirse en el objeto del deseo de muchos otros. Es decir, representar un modelo que haga decir a esos otros ¡quisiera ser así! Finalmente, otra recompensa, es la posibilidad de consumir, de comprar todo lo que se puede desear y que está a la venta.

Pero las personas que han hecho su vida según esta narrativa se suelen confesar decepcionadas pues pese a todos sus esfuerzos es esquivo ese bienestar contundente que les había sido prometido. Y es que el mito del éxito llama a su protagonista a ser violento consigo mismo pues solo el máximo esfuerzo hará posible la plenitud soñada. Pero se trata de una falsa promesa pues el cielo no está en la tierra. Y resulta difícil contentarse saboreando solo alguno de sus fragmentos si se está esperando tenerlo todo.

II

Desde el punto de vista social el auge del mito del éxito produce un fervor por la acción. La vida de la gente se convierte en el combustible que mueve la máquina capitalista. El mito produce individuos presos de un deseo que no puede ser saciado. Activos, obsesos y sin descanso. Pero repitiendo siempre la misma historia de ilusión y desengaño. El trasfondo trágico del mito queda así en evidencia. En el mito palpita el deseo (imposible) de absoluto. La apuesta a ser Dios. Un deseo que por su propia infinitud lleva a morir de sed aún cuando el sujeto no haga más que tomar agua.

El capitalismo presupone una subjetividad construida por la narrativa del éxito. Emprendedores insaciables que apenas decaigan serán sustituidos por otros más jóvenes y decididos. El telos del capitalismo es producir excedentes para capitalizarlos y lograr así más excedentes. La acumulación está sacralizada, es el único fin, y todo lo demás es simplemente un medio. Los emprendedores exitosos son, digamos, los sacerdotes del capital. Ellos organizan su culto proporcionando los sacrificios que este ídolo exige.

La toma de conciencia del carácter trágico de esta narrativa lleva al desgaste del mito del éxito. Este desgaste es potencialmente fatídico para el capitalismo. La acumulación se enfriaría, y hasta podría paralizarse, si no hay sujetos in-moderados y competitivos que persiguen al éxito con todas sus energías.

Dentro de este panorama, el film representa un intento de revitalizar el mito del éxito con una narrativa inverosímil pero subjetivamente verdadera en cuanto se nutre de nuestras fantasías de omnipotencia que son el sustrato emocional de la imagen de absoluto y paraíso en las que se basa la narrativa del éxito. En el film se plantea un desarrollo total de nuestras capacidades, la posibilidad de trascender nuestros límites con la ayuda de la ciencia. Y para lograr esa cuadratura del círculo -que es el inscribir para siempre lo infinito dentro de lo finito- no importa mucho la licitud de los medios a emplearse.

El capitalismo exige a la vez moderación y voracidad. Sin moderación y autocontrol no sería posible frenar el “todo vale” que lleva a la destrucción del tejido social. Y sin voracidad no habría dinamismo. Este equilibrio –obviamente- no está garantizado. Y un film como Limitless contribuye a potenciar la inmoderación la felicidad del éxito se exalta tanto que se nos persuade a pensar que vale la pena apostar la vida para lograrlo.

III

Hijito: tráeme la luna

Desde una perspectiva psicoanalítica el film propone aferrarse al ideal de omnipotencia que el niño elabora cuando es separado de su madre. En efecto, al “entrar” en la situación edípica el niño mistifica lo que perdió, el vínculo fusional con la madre. En realidad ese paraíso no existió pues nunca la madre fue enteramente suya y, además, hubo también mucha angustia, cólera y tristeza en esa relación. Pero desde la toma de conciencia de ser alguien separado, la vida anterior aparece como marcada por una plenitud a la que quisiera regresar. Entonces, el niño se resiste a crecer, está resentido con su madre por haberlo abandonado y con su padre por fomentar la separación. Para “salir” de una situación tan afligida es decisiva la promesa de que habrá un futuro para él. Al amparo de esta promesa podrá compensarse, al menos parcialmente, de su herida; de modo que hará duelo por la omnipotencia perdida y podrá proyectarse hacia el futuro, sabiéndose un individuo que, pese a su finitud, puede hacer que la vida valga la pena. Aparece entonces el horizonte del deseo como compensación al fantaseado paraíso de donde fue expulsado.

La narrativa del éxito como éxtasis continuo no llega, sin embargo, a cristalizar un horizonte de deseos. Más bien liga la pulsión a la expectativa de un retorno a la omnipotencia, al vínculo fusional con la madre. Es decir, esta narrativa implica la formación de un mecanismo obsesivo en la persona que está sujeta a su influjo. En el fondo no hay relato, ni deseo, ni sujeto. Solo un individuo capturado por la expectativa imposible de volver al seno de su madre, a la omnipotencia que cree haber disfrutado hasta que fue traído a la realidad del lenguaje y la conciencia de ser solo uno más.

La narrativa del éxito es transmitida por madres y padres que les dicen a sus hijos que allá en el mundo podrán recuperar lo que creen haber perdido. Es posible la plenitud pero para lograrla tendrán que esforzarse mucho, pero muy mucho. Entonces ya está el niño dirigido hacia la conquista del infinito, a patear la luna hasta que caiga…

Una madre que condiciona su amor a los rendimientos de su vástago es el fundamento de aquella familia que produce el sujeto a la narrativa del éxito. La fórmula es afectos medidos y exigencias desmesuradas. Y un padre que no basta para romper la fijación del niño en su madre, que no abre un futuro porque no promete algo que valga la pena. Entonces el niño queda atracado en el deseo de la madre que le dice: hijito lindo tráeme la luna.


Escrito por

Gonzalo Portocarrero

Profesor de la PUCP. Ha publicado recientemente el libro "Profetas del odio. Raíces culturales y líderes de Sendero Luminoso".


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