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¡Onquray, onquray!

Publicado: 2011-11-04

“Onquray, onquray”

Este es el nombre quechua de esas mariposas nocturnas, grandes y torpes, que se estrellan una y otra vez, atraídas por la luz, contra lámparas y ventanas. Aparecen en zonas que no están densamente pobladas, cerca a los desiertos o a los campos. Estos animales no son bien recibidos. Las muchachas suelen tenerles miedo. Y los hombres se inquietan pues el ensañamiento que tienen contra sí mismos no deja de portar una pregunta. En todo caso, todos se sienten liberados cuando alguien mata al bicho. Quizá, al final, haya un rastro de pena, como el ocasionado por la desaparición de un familiar lejano.

Sea como fuere estas actitudes son inciertas pues no hay un modo claro de tratar con estas criaturas. Mi sentido común no disponía –hasta hace poco- de una guía que me dijera como enfrentar tan extraña y perturbadora presencia.

No ocurre lo mismo con la gente que habla quechua. Su lengua y cultura los instruye. Es sabido que este animalito ha surgido del agua cristalina que está en un cerro de arena. Allí no hay luz y es muy oscuro. Aprisionado en las sombras el onquray onquray ansía la luz y el espacio amplio. Se fascina por la claridad que no tiene. En la noche sale a recorrer la vastedad del mundo. Y cuando divisa una luz entonces su destino se ha consumado. Agotará su vida golpeándose una y otra vez contra el vidrio o la lámpara. Su cuerpo, acorazado y azulino, se empeña en ir a la luz. Casi ciego lo que logra ver es lo que anhela y lo mata.

Es evidente que está fuera de lugar. No puede sobrevivir fuera de su mundo de sombras. Pero es igualmente claro que no puede dejar de ansiar la luz. No tiene sitio. No está contento donde nace y desea aquello que lo va a matar. Y buscando su vida encuentra su muerte. Su situación es trágica, el mundo es injusto con el onquray onquray. El término quiere decir “enfermedad de enfermedad”. O sea, una suerte de quinta esencia de la enfermedad. Un ser imposible al que se debe ayudar a morir.

La lengua le dice a sus hablantes que este bicho no tiene futuro pues quiere lo imposible. Y ese querer lo imposible es su fatalidad, su condena y su destino. La desmesura, la pasión descontrolada, lo hace prototipo de la condición enferma, entendida como falta de equilibrio y proporción, caos.

La lengua quechua da una explicación al errático y sorprendente comportamiento de la mariposa nocturna. Y el animalito pasa a simbolizar la agonía sin provecho. La futilidad de la búsqueda de lo absoluto.

En una situación así la lengua castellana nos deja desarmados. La mariposa nocturna inquieta pero tenemos que ir a la enciclopedia para comprender la locura de su comportamiento. Allí leeremos que estas mariposas salen a merodear en las noches. Son casi ciegas y se orientan por la luna. A veces, sin embargo, se desvían al ver una luz más fuerte. Entonces, pierden su sentido de orientación y quedan capturadas por la fuerza de la fuente luminosa que las ha apartado de su camino.

La lengua quechua se vale de lo mítico y fabuloso para producir una explicación cuando el hablante de español permanece mudo y pensativo. Además, convierte al animalito en símbolo de lo que debe evitarse: la autodestrucción estéril. Finalmente, al pagar su locura con su vida, al reclamar su muerte, el onquray onquray, nos advierte que hay límites que no se deben franquear, que todo tiene su sitio.

Claro, todo esto, no lo sabía. Pero ahora lo sé gracias a José María Arguedas pues leyendo sus obras he venido a encontrarme con esta nominación y este relato, tan justos y sabios.

II

La información sobre el onquray onquray proviene del relato arguediano El zorro de arriba y el zorro de abajo. En esta, su última novela, Arguedas continúa con su esfuerzo por transculturar, por dejar en el español las huellas del quechua. La empresa transculturadora implica dar una mayor densidad al español. Cargarlo de significados que vienen de otra historia pero que igual puede arrastrar. Desde esta perspectiva la transculturación es tanto ruptura como continuidad.

Entonces, aunque no sepan cómo, los hijos de la lengua española, que conocen los ecos de esta palabra saben lo que este animalito representa. Y yo me encuentro entre ellos, gracias a Arguedas. Un mensaje me llegó desde donde no esperaba. Y no fue fácil descifrarlo. Pero está allí, enclavado en el texto. Tienen mucha razón los hijos del quechua. La ciencia podrá explicar su comportamiento pero eso no alivia del malestar que ocasiona el encuentro con lo fatídico.


Escrito por

Gonzalo Portocarrero

Profesor de la PUCP. Ha publicado recientemente el libro "Profetas del odio. Raíces culturales y líderes de Sendero Luminoso".


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